Chilón no será lo mismo sin Fausto

Gustavo Trujillo/Chiapas Digital
En el momento en que Alicia, hija de Fausto, quien tenía en sus manos la urna funeraria, la entregó para ser depositada en el lugar destinado para ese fin, sellando con nombre propio ese trozo de suelo, no pude evitar dirigir la mirada a la placa que ponía fin a su vida en Chilón: su nombre grabado, las fechas de nacimiento y muerte del hermano, el padre, el abuelo, el autor de Cardosanto, El sacrificio de Isaac, La saga de cuentos y Río Grande, entre otras obras. Porque quien no tiene nombre, lugar y tiempo no existe, y si nadie lo recuerda no es persona. Y si él deja de existir con nombre y tiempo, dejamos también nosotros de existir, porque encerrados en nosotros mismos y olvidados de nuestro origen, no sabremos quiénes somos, de dónde venimos ni ante quien estamos.Nos habremos olvidado de nosotros mismos al olvidar el lugar y los signos que mantienen viva la raíz amorosa de la que hemos surgido. Aquí recuerdo el canto XVI de La Ilíada de Homero que reza: “allí sus familiares y amigos le harán exequias y le erigirán un túmulo y una estela, que tales son los honores debidos a los muertos”.
En la vida humana los signos son la realidad y los fragmentos son el todo, no hay relación con las personas si no se remite uno a su tiempo y lugar propios. Quien borra las huellas del prójimo lo ha arrancado de su vida, lo ha declarado inexistente, porque sólo quien sabe dar razón de la muerte y dar amor a los muertos sabe dar razón de la vida y dar amor a los vivos, tal como cierra el conmovedor poema de César Vallejo, La Masa:
“Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echose a andar”
Todas las filosofías y teologías juntas no han sido capaces de descifrar el miedo a la muerte, ella se impone como destino inexorable, el sufrimiento no es la más humana de las experiencias, como pudo pensar Dostoiesvsky, es una especie de límite, es la consciencia de un tiempo último, sin regreso. Espronceda hace hablar a la muerte y dice:
“Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sobra tranquilo
para siempre duerma en paz.”
Quedan de Fausto los gestos mudos, suspendidos, relato de lo que fue. Ausente del deseo, el tiempo discurre ciego.
¡Sólo la muerte puede soñar la verdad!